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Rosetta Records edita el día 21 la música de Carmelo Bernaola para la serie 'Verano azul'

Agregada en Martes, 12 Junio, 2018   Anunciado por Ignacio Granda

 Rosetta Records edita el día 21 la música de Carmelo Bernaola para la serie 'Verano azul'

Por fin se edita esta joya de la música de televisión

UN PADRE MÚSICO NO MUERE NUNCA

La colaboración, la complicidad y la estrecha relación que tuve con mi padre me permitió disfrutar de la creación musical desde todos los ángulos y géneros: la música de cámara en la Fundación March en donde vi y escuché por primera vez la música aleatoria y la electroacústica, los estrenos sinfónicos en el Teatro Real en el Arriaga de Bilbao en San Sebastián, la música teatral con sus ensayos nocturnos y asistencias dominicales al Teatro María Guerrero durante años (disponíamos de un palco solo para nosotros) La Feria del come y calla, El Cocherito Leré, El Pájaro azúl, Platero y yo, las largas grabaciones de la música cinematográfica en los estudios EXA, decenas de películas, días y noches de compases y compases, de fotocopias de última hora, de bloques, de mezclas nocturnas a las que yo asistía sin dormir, la recogida de su Premio Goya a la mejor música original, pues él no asistió porque había partido del Athletic y eso primaba sobre todo lo demás, las lecturas de guiones de películas que me mandaba leer y luego contarle de qué trataba la película, las Semanas de la Música religiosa de Cuenca, los domingos del Retiro en los conciertos de la Banda Municipal, la música para Televisión, Plinio, Verano Azúl…la composición de la música de La Clave, con J. L. Balbín sentado a la derecha de mi padre en el piano, nuestra casa siempre con personajes curiosos, músicos, actores, directores, instrumentistas, pintores, escultores, escritores que me presentaba mi padre en los bares de Madrid y a los que yo luego estudiaba en Literatura en el instituto…..en fin, una formación de base envidiable que yo por entonces no apreciaba, porque eran amigos de casa. Nada más…y nada menos.

Nuestra casa de la Calle Ruiz en el madrileño barrio de Malasaña era un nido de diversión, creación y satisfacción asegurada y todo ello ornamentado por las magníficas comidas y cenas que hacía mi madre….para todos los que estaban pululando por casa ese día y sobre todo esas noches creativas. Antonio Giménez-Rico, Pedro Olea, Roberto Bodegas, Frade, Dibildos, José Sacristán, Ana Belén, Concha Velasco, José Hierro, Balbín, Halffter, Marco, muchos y grandes pintores, quizás sus amigos más queridos, periodistas……Todo lo que yo viví y todo lo que aprendí de las cosas que decían, de las tertulias políticas que no me perdía y en las que aprendí más de lo que entendía de verdad hicieron que conformara un carácter y una pasión por la vida que espero que me dure lo que le duró a mi padre. Toda la vida.

Cuando decidí dedicarme a la enseñanza de la música mi padre me advirtió: Que canten, que se diviertan, no les aburras pero enséñales la felicidad que les puede dar la música, transmíteles tu pasión……..pero qué difícil materializarlo con los abultados programas actuales, qué difícil…… Tenía mucha razón. Llevo casi 20 años en Fuenlabrada, en el Instituto Victoria Kent, para mí el mejor Instituto del mundo intentando transmitir esa pasión que decía mi padre con la asignatura más bonita del mundo. La Música.

Liliana A. Bernaola

Madrid, 2018



El maravilloso proceso de volver a ser un niño

(escrito, con mucho cariño, para Sergio Pingüi, alias “Chencho”)

Hay algo muy especial que me ocurre siempre que me junto con amigos de la infancia. Existe una especie de intimidad que se crea de manera instantánea porque, aunque no lo hagas siquiera de manera racional, compartimos algo realmente profundo del pasado. Es como si creásemos una especie de acceso directo a una especial intimidad emocional que sólo existe cuando compartes tu pasado con alguien más. Y cuando te reúnes con un grupo de personas con las que compartes ese pasado, esa intimidad, el proceso es realmente enriquecedor. Para mi, ese siempre ha sido el verdadero dilema de Peter Pan. No el que se tratase de un niño que no quería crecer. Sino el que no se diese cuenta que no importa crecer, mientras se tenga la capacidad de seguir siendo ese niño.

Sólo se es niño una vez, y son esos recuerdos los que nos terminan convirtiendo en lo que somos hoy en día. Existen tantas cosas de cuando era niño que aprecio en mi corazón, buenas y malas, que me han hecho ser lo que soy, que las considero las más importantes e influyentes por las que he pasado en mi vida. Y cuando uno no quiere dejar de ser niño, consigue que esas experiencias nos sigan formando y convirtiendo en algo más. Esos preciosos momentos construyen y dan forma a los pedazos de nuestro ser, y crean nuestras personalidades. Los amigos, las aventuras y los momentos que tenemos cuando somos niños nos ayudan a desarrollar nuestro sentido de autoconfianza, liderazgo, independencia, valentía, empatía, límites, etc. Y esos domingos a la hora de comer del año 1981 tuve la suerte de disfrutar junto a mi familia de la creación de uno de esos momentos.

Los grandes recuerdos de la infancia a menudo se relacionan con momentos divertidos, con nuestros seres queridos, o ambos. Pero recuerdo escuchar una maravillosa y pegadiza sintonía mientras veía juntarse a esa pandilla, con la que me sentía identificado, para irse a vivir sus pequeñas aventuras. Hasta tal punto era parte de mí, que la terminaba silbando cuando salia con la bici a buscar a mis amigos. Ese es un momento de pura magia que le debo a un maestro como Carmelo Bernaola. Un sonido de mi niñez, que consiguió hacerme desear ser un chico normal. Como los que veía en la pequeña pantalla. No quería ser un héroe, no quería ser un vaquero, no quería ser un soldado. Sólo quería disfrutar de vivir la vida con mis amigos, con las preocupaciones normales que nos asaltan al crecer sin que nunca nos demos cuenta. Si en EEUU estaban los Goonies, aquí teníamos a Tito, Pancho, Piraña y compañía. La fórmula de la pandilla como base de nuestra vida personal y emocional, es la fórmula perfecta para que los jóvenes (de edad o de espíritu) se identifiquen con cualquier ficción. Y si no, que se lo digan a “Stranger Things”.

Y es que ese maestro de la televisión que era Antonio Mercero consiguió que la idea del veraneo funcionase como una navaja suiza. Que tuviese múltiples significados: la aventura, el encuentro con lo desconocido, el aprendizaje de aspectos extraescolares de la vida y (sin darnos cuenta) la constatación de las libertades que llegaban tímidamente a España, llamando a nuestra puerta sin aporrearla. Los niños del momento simplemente nos sentíamos identificados con los niños de la pantalla. Y también con sus vicisitudes y dilemas éticos. Como tratando de responder a nuestras necesidades y no a las de los adultos. Sin intermediarios. Aunque esta extraña “familia” televisiva contase con unos “padres” tan especiales y cercanos como Chanquete y Julia. Eran más una especie de bisagra que se movía por la fina linea de que separa lo conservador de las posturas más progresistas. Pero nunca he podido evitar ser un autentico convencido de que “Verano Azul” también era una serie para adultos. He ahí la gran habilidad de Mercero y parte de la razón por la que, aunque se le note que es un producto de su época, su historia y sus emociones sigan siendo universales y compartidas por nuevas generaciones.

Y es que la música de Bernaola consigue convertirse en la expresión emocional de la trama y dirección de Mercero. Consigue que nuestra relación con el pasado, esa mítificación con la que solemos mirar hacia atrás, a nuestra infancia, sea un verano infinito. Y eso que el maestro cuenta con más de 300 composiciones a lo largo de su carrera. Pero es que nadie puede resistirse al tirón de este eterno verano. Y junto al mismo, ese tema introductorio de “La Clave” que aún resuena en mi cabeza tras escucharlo tantas noches de los viernes. Pero es que también fué responsable de muchos más sonidos de mi infancia. “El cochecito Leré”, “Mambrú se fue a la guerra” o el himno del Athletic de Bilbao. Y sin embargo es curioso que a pesar de ese impacto, la banda sonora de “Verano azul” nunca llegó a publicarse. Excepto mi recuerdo de una casette que mi padre ponía en el coche cuando viajabamos y que incluía la adaptación de la música de la serie a cargo de María Jesús y su acordeón.

La serie fue un fenómeno nacional llegando a acumular veinte millones de espectadores. Y sus actores principales se vieron envueltos en una popularidad desconocida por entonces. Verano Azul fue una revolución, tanto por su producción como por sus guiones. La serie fue uno de esos impactos que llegó en el momento justo, en una época de cambio muy importante, y consiguió marcarnos a toda una generación (y a las siguientes, seguro). Supo recoger toda aquella convulsión y transmitirla a través de la mirada de unos niños y una música que ya forma parte de nuestra memoria. Ese maestro que era Tom Stoppard nos decía que si uno “lleva consigo su infancia, nunca se vuelve viejo”. Y en España, han sido dos maestros como Antonio Mercero y Carmelo Bernaola los que consiguieron hacer realidad esas palabras. Nos dieron de beber de la fuente de la eterna juventud a todo un país en un momento muy especial. Haciéndonos volver a nuestra infancia, con esa pandilla, a las playas de Nerja, cada vez que vemos una reposición de la serie en la pequeña pantalla. Y ahora, con estas notas, volvemos a pedalear con ellos, silbando esa deliciosa sintonía de sus créditos.

Fernando Fernández Jiménez


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